Ya llevamos muchos días de vacaciones, ya están de hecho cerca de acabarse. 

Paula lo está pasando en grande. Se le nota. Disfruta, se ríe, juega todo el día, nos abraza a todas horas, se enfada, (todos nos estamos enfadando mucho en estas vacaciones) está más libre que nunca, y le enfada y frustra cuando hay algo que no puede o no le dejamos hacer.

Baja la cabeza, se queda muy seria con sus ojitos casi cerrados, y se apoya en el suelo, sofá, pared, o la superficie que haya más cerca y le permita esconder su cabecita de los demás. Me parte el corazón, no lo puedo evitar. Y es que no tengo manera de impedir su enfado, porque cuando no le permitimos hacer algo, SIEMPRE es por tratarse de algo que no podemos negociar de ningún modo, ya que pondría en riesgo su integridad física o en la minoría de las veces, la integridad de alguien o algo valioso. ;-). Es decir, que no tengo manera de ceder y decir "bueno valeeeee... venga que te dejo hacerlo...".  Y es que, si hay algo en lo que voy a poder negociar y ceder finalmente, por qué no permitírselo desde el primer momento e impedirle una de sus tantas frustraciones por las que tiene que pasar a esta edad, en la que reclama ya en todo momento su autonomía como ser independiente que es, y que está en pleno proceso de aprendizaje de hacer todo sola, solita, sola. Esta es mi postura. 

Este verano hemos notado un gran cambio con respecto al pasado. Camina, casi se puede decir que corre, juega en el agua, se reboza en la arena con su cubo y con su apá (pala), ¡sube y baja del tobogán y los columpios que se las pela!, se acuesta más tarde y casi llega la pobre a seguirnos el ritmo frenético que estamos llevando en cuanto a ocio se refiere. Hemos ido de ruta senderista por campo y mar, hemos visitado el Oceanográfico de Valencia en un laaaargo día de sol y calor sofocante, picnic en la montaña con enjambre de avispas persiguiendo nuestra comida, largos días de playa mañana y tarde, parque y paseos en la tarde-noche... Lo aguanta y disfruta todo como una jabata, aunque a veces la pobre no aguanta ya el cansancio (nosotros también lo vamos notando). Y es que hay momentos en los que me planteo si no le estaremos dando demasiada caña a mi gordita (o más bien flaquita según sus percentiles, je je je). 



Aún es tan pequeñita para tantas cosas...  



Pero hay una cosa que me encanta de estar de vacaciones y en la naturaleza. Me encanta verla disfrutar libre. En determinados lugares es mucho más sencillo dejarle libertad, y observarla sin hacer ruido y desde la (pequeña) distancia. Mirar como se levanta en la arena, camina sin rumbo fijo (o sin rumbo conocido para mi), explora su entorno, se agacha, coge una concha, coge un palo, lo mira, a veces lo muerde... vuelve sobre sus pasos, se acerca al agua hasta que le toca los pies, retrocede, coge arena y la tira contra el agua que va y viene. Podría estar así horas... mirándola sin rechistar, sin intervenir, dejándola hacer, dejándola descubrir mundo y aprender por su cuenta, descubriendo nuevas cosas y nuevos mundos. 


Creo que ella no. Ella no me dejaría estar así horas. No todavía. De vez en cuando se da media vuelta, me busca, confirma que estoy allí, que estoy cerca, suficientemente cerca para acudir en su ayuda cuando lo necesite. Y aquí estoy yo, mi Pauli. Aquí está mamá, dispuesta a dar un salto y correr en tu ayuda si lo necesitas, y dispuesta también a dar un paso atrás y quedarme ahí, mirando como creces, como aprendes más y más cada día, y vas convirtiéndote tú solita en una persona independiente y autónoma sin necesidad de que nadie te empuje a ello, pese a que muchos crean lo contrario.