lunes, 17 de diciembre de 2012

Llegó la Navidad...

Estamos en plenas Navidades... ¡No hay lugar a dudas!.

En los últimos años, mi actitud y mi opinión sobre esta época del año y todo lo que conlleva ha variado mucho. Dejando a un lado el tema religioso, en el que yo no me inmiscuyo ni quiero... me parece que estas fiestas se han ido convirtiendo cada vez más en una carrera de compras, regalos, colas interminables, cambios de última hora, prisas, gasto, gasto y más gasto, en definitiva, consumismo puro y duro que nos invade más que nunca en el momento en que despunta el mes de Diciembre.

Cuando era pequeña y hasta hace no muchos años, me encantaba que llegase la Navidad. Como decía más arriba, no por lo que religiosamente conlleva, pero sí por todo lo que ocurría.



Cuando eres niño, la ilusión se apodera de nosotros. Lo recuerdo con inmensa ternura y mucha felicidad. Esos días que esperabas con ansia ya desde que se iniciaba el cole en Septiembre. Grandes reuniones familiares rodeada de primas y primos, cantando, jugando a todas horas, bailando con la familia, reuniéndonos para colocar el árbol de Navidad y un gran Belén digno de la mejor de las exposiciones, en casa de mi abuela materna, que era la sede central de las celebraciones navideñas, pensando en qué cosas íbamos a pedir a los Reyes Magos (en casa siempre vinieron los Reyes, nunca Papá Noel), o más bien, al rey mago, porque aquí cada uno le pedía al rey que eligiese, no valía pedir a los tres, no no no.

Pero a última hora, los Reyes siempre sorprendían, y traían cosas que no les habías pedido, y algunas de las que habías pedido, no las traían... Pero daba igual. ¡Qué ilusión! Ese salón de casa de mi abuela, donde siempre nos juntábamos todos para esa gran noche, lleno de juguetes y regalos, compartiendo y enseñando a todos lo que habían dejado para ti, mientras tomabas un gran pedazo de roscón con un chocolate calentito. Y la noche de antes... ¿Cómo querían que nos durmiésemos temprano con los nervios de haber estado en la cabalgata viendo a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, pasando a tan sólo unos metros de nuestras narices y lanzando caramelos que mi padre se volvía loco por ayudarnos a coger?. Era imposible, por agotadas que estuviésemos, no había manera de pillar el sueño...

Después, siendo más joven de lo que soy ahora ;-), me encantaban estas fechas porque siempre iban de la mano de reuniones. Reuniones de familia y amigos, cenas con amigos que por circunstancias no puedes ver tantas veces como te gustaría, otros vienen de fuera para pasar estas fechas en casa y les ves de nuevo, la familia se junta, regalas y te regalan...

Pero de unos pocos años a esta parte, algo empezó a cambiar. Las cenas familiares han pasado a formar parte de un comité de decisión para ver en qué casa cenamos cada día. Ahora hay que dividirse entre dos familias, con sus dos familias respectivas en cada caso, je je... Y en los últimos años añadiendo a esto la separación de mis padres, con el consiguiente problema que trae el tener una casa más en la que repartirse y el mismo número de noches a celebrar. En fin, que a mi no me salen las cuentas...

Con todo esto, el comienzo del mes de Diciembre que antes daba paso a la ilusión y las ganas de salir a la calle, ver luces, elegir regalos... dejaba paso ahora a los quebraderos de cabeza, las prisas e incluso en alguna ocasión a pensar "¡por favor, que pasen ya estas dichosas fiestas!".

Pero ¡de repente!. TACHÁNNNN. ¡Algo ha cambiado! Ha llegado Paula a nuestras vidas y sin ser todavía consciente ni saber muy bien de qué va todo este tinglado que se monta, o montamos en estos días, se ilusiona, se ríe y disfruta al ver el árbol de Navidad con sus luces, alucina un poco con todos los adornos que hay por todas partes a donde vamos, y en la guarde hemos colgado juntas un adorno en el gran árbol que han decorado. ¡Y le encanta!.

Y yo, he vuelto a encontrarme de nuevo con esa niña que se moría de ilusión con estas fiestas. Me he reencontrado a través de mi hija, y he agradecido y agradezco millones de veces a mis padres y a mi familia esa infancia que me regalaron, en la que había unos Reyes que eran Magos y que siempre te traían regalos bonitos y nunca carbón, te portases como te portases. En la que salíamos a ver la cabalgata abrigados hasta las cejas con nuestros gorros de buzo, que eran los más feos del mundo, pero los más abrigaditos. Cogíamos caramelos como si no hubiese un mañana, cantábamos villancicos y nunca parecía ir nada mal. Aunque estoy segura de que en muchas ocasiones, para los adultos, no era todo color de rosa como a nosotros nos lo pintaban.

Por eso, definitivamente creo que estas fiestas son para los niños. Se merecen conocer y participar de esa magia que se respira en Navidad. Se disfrutan a través de ellos y yo lo he empezado a comprobar. Ahora sé que me quedan unos cuantos años de darlo todo y disfrutarlo con ella, y con los que vengan!. (Sí, peke... es Navidad, puedo creer lo que me de la gana, y ahora, en este instante, quiero creer que habrá algún bebé más en nuestras vidas). Quiero regalarle esa misma ilusión de la que yo disfruté.

Así que ni cortos ni perezosos, nos hemos ido y hemos comprado el árbol más grande del mundo, ¡y allá que lo hemos colocado en nuestro salón! Ahora sólo le faltan los muñecolates... pieza clave que no puede faltar en el árbol que yo guardo en mi memoria y que ahora hemos traído a casa de nuevo. ¡Aquí lo dejo!



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