viernes, 11 de octubre de 2013

Arrepentida

Nunca he sido yo muy de arrepentirme de nada en la vida, ni siquiera de las cosas que sé que he hecho mal, pero mal mal... y que no volvería a hacer jamás. Soy más de pensar que quizá lo pasado, haya pasado por algo, que quizá de algún modo (recóndito e insospechado a veces...) haya servido de aprendizaje, de lección de vida, de esas que en el momento te dejan hecha unos zorros y te quieres morir, pero que con el tiempo relativizas y siempre le sacas hasta la moraleja. De alguna forma, son cosas que te van haciendo a ti misma. Como digo, no me arrepiento de las cosas que hice, incluso de las que no estoy orgullosa, porque todas y cada una de ellas forman parte de lo que soy ahora. Y la persona en la que me he convertido, sí que me gusta, con todos los defectos y todas las virtudes, con todos los matices, y con todas las experiencias que cuelgan en la mochila, las buenas y las malas, pero aún así me gusta. Esto ha costado, y son años de trabajo y de mucha introspección, pero ahora creo que sí lo puedo decir.

Y en cualguier caso, y a toro pasado, ya para qué te vas a arrepentir. Mejor mirarlo con la gracia que le aportan los años y la experiencia a ciertos acontecimientos pasados.

Pero sí que hay una cosa, de la que me arrepiento mucho... Todo lo que es posible que alguien se arrepienta de algo. Y es haber dejado la maternidad para tan tarde. No es quizá una cuertión que dependa sólo de una... pero aún así, tengo que decir, que desde el minuto 1, en el que me convertí en madre, supe que esto era lo que había estado esperando tanto tiempo (y no sólo por el tiempo que tardó en llegar desde que lo decidimos), también por el tiempo que tardamos en decidirlo. La vida se te da la vuelta como un calcetín y lo que antes era negro, ahora es blanco como la leche, y viceversa. Ahora sé, que esta sensación que tengo al mirar a Paula, al reir con Paula, al compartir momentos en familia, observar cómo aprende, cómo crece, cómo vive, como a su padre y a mí se nos queda cara de lelos mirándola... es lo más cercano que he estado jamás de la felicidad más pura y absoluta. Que mi papel de madre en la vida, es el que hace que casi todo lo que antes no encontraba un significado, ahora lo encuentre a la perfección. Me siento agusto en este papel, siento como si fuese el que estaba destinado para mí, y en el que me desenvuelvo a la perfección, sin haberme ni siquiera mirado el guión.


Ahora las circunstancias se dan todas la mano con Murphy, y hacen que sea entre complicado e imposible pensar en formar la familia que mi cuerpo, mi mente y hasta mi alma soñaban y sueñan con formar. Y detrás de estos pensamientos, viene la culpabilidad. Culpabilidad por sentir lo que siento, por desear algo más de lo que ya tengo, que ya de por sí es tan maravilloso que el simple hecho de pensar en otra cosa te hace sentir egoista. Pero ni todo el sentimiento de culpabilidad del mundo, ni toda la certeza de saber que sería multimillonaria, si la riqueza se midiese en kilos de cariño y felicidad, me puede apartar de ese sentimiento. Ese regusto amargo por pensar que hice mal, que quizá, y digo sólo quizá, si no hubiese retrasado tanto el momento de ser mamá, hubiesen sido las cosas de otra manera un poco más parecida a lo que mi cabecita sueña.

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