martes, 6 de noviembre de 2012

El espejo del alma

Dicen que la cara es el espejo del alma. Hoy es para mi, más cierto que nunca.

Al llegar al trabajo esta mañana, una de las primeras cosas que me han dicho es:

"Madre mía Ángeles...! ¡Qué cara tienes!. Tienes la misma cara que si hubieses estado toda la noche de fiesta, y te hubieses venido de empalme directamente al trabajo."

Nada más lejos de la realidad, he pensado yo... Curiosamente esta noche, Paula sólo se ha despertado un par de veces para tomar tetita y prácticamente ni ha abierto el ojo para ello. Parece que por fin, bronquiolitis, otitis y demás itis que nos han acompañado los últimos días, van dejando paso a la salud y "buen" descanso, y digo "buen" entre comillas porque nuestro descanso sería la tortura de muchos...

Vagamente, mientras daba cuatro cepillazos a mi pelo, me miré al espejo esta mañana. No me paré, por falta de tiempo y sobre todo de ganas, a mirar la cara que llevaba.

Pero así, tal como ven mi cara los demás, así está mi alma. Agotada, cansada, triste, muy triste hoy, y también algo enfadada, por qué no decirlo. Creí que no llegaría el momento de tener que escribir algo así, pero en días como hoy, siento que no puedo más. Mi cuerpo está diciendo "BASTA YA", mi mente también.

Sufro día tras día al separarme de mi pequeña e intento cuando llego a casa, suplir todo el tiempo que no nos tenemos los unos a los otros con todo el cariño, todas las caricias, los abrazos, los besos que no nos hemos dado durante esa parte del día. Le robo ese tiempo a cualquier cosa que también debería hacer, como la limpieza de la casa, la ropa y hasta mi propio cuerpo. En los últimos meses lo único que hago para mi misma es ducharme de manera rápida y fugaz. No me quejo de esto, lo hago porque quiero y porque en este momento de mi vida, me llenan más el cariño y amor de los míos que llevar mis cejas perfectas y el pelo retocado cada día.

Soy una buena persona, me preocupo por el bienestar de los demás, los que tengo cerca, y los que no lo están tanto. Intento hacer todo, lo mejor que puedo y que sé. Y aún así, las discusiones en casa como las de hoy me dejan sin saber muy bien de dónde y por qué me llegan las acusaciones. Pero el caso es que me van minando física y psíquicamente.

Las últimas semanas, por no decir los últimos meses, están siendo muy duros. No me acabo de adaptar a separarme de Paula, y quizá por este motivo esté descuidando otros aspectos de mi alrededor con la vana esperanza de que las horas separadas hagan la mínima mella posible en las vidas de Paula y mía, en su personalidad y en su futuro. Y hasta ahí, y ni un milímetro más, es la parte de culpa que estoy dispuesta a asumir. Siempre, insisto, SIEMPRE me pongo en la piel del que tengo al lado, y más aún si es alguien a quien quiero.

El caso es que lo físico y lo anímico se pelean y se dañan mutuamente en mi cuerpo últimamente. Y temo no tener esa facilidad para reparar lo psíquico, de la que gozo para curarme y repararme del cansancio, los dolores, las contracturas, el dolor de ojos y la pérdida de peso.



Como digo, son días duros. La peque ha estado más malita de lo que venían siendo los simples catarros que pasaban por nuestra vida sin pena ni gloria, y no soporto verla enfermar. Hemos ido de médico en médico viendo impotentes, como le tenían que poner ventolín con una mascarilla mientras le aspiraban mocos con una sonda para testar el maldito virus respiratorio sincitial, que ahora ya conozco más que a mis vecinos.

Supongo que la rabia, la impotencia, el cansancio y el malestar se han mezclado explosivamente unos con otros y los de unos con los de otros hasta estallar.

Espero y confío en que pasada la tormenta llegue la calma como casi siempre pasa...








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